El germen del mal disociador cayó sobre el alma
humana el día en que nació la conciencia, a la vez bien supremo y fuente de
todos los males. Es difícil juzgar el presente inmediato en que vivimos. Pero
si nos remontamos en la historia de la enfermedad espiritual de la humanidad,
encontramos accesos anteriores que podemos abarcar más fácilmente con la
mirada. Una de las crisis más graves fue la enfermedad del mundo romano en el
curso de los primeros siglos de la era cristiana. El fenómeno de disociación se
reveló por fisuras de una amplitud sin precedente que disgregaban el estado
político y social, las convicciones religiosas y filosóficas, así como por una
decadencia deplorable de las artes y las ciencias. Reduzcamos a la humanidad de
entonces a las proporciones de un solo individuo; tenemos ante nosotros una personalidad
desde todos los puntos de vista altamente diferenciada, que en un principio ha
conseguido, con una suprema seguridad en sí mismo, extender su poder en
derredor de sí, pero que, una vez alcanzado el éxito, se ha dispersado en un
gran número de ocupaciones y de intereses diferentes; hasta tal punto y de tal
forma que acabó por olvidar su origen, sus tradiciones e incluso sus recuerdos
personales y se imaginó que era idéntica a tal o cual cosa, lo que la
precipitó en un conflicto irremediable consigo misma. Este conflicto ocasionó
finalmente tal estado de debilidad que el mundo circundante, al que
anteriormente había yugulado, hizo en ella una irrupción devastadora que
apresuró el proceso de descomposición.
El estudio de la naturaleza del alma, al que me he
consagrado durante varios decenios, me ha impuesto, como a otros
investigadores, el principio de no considerar jamás un hecho psíquico bajo un
solo aspecto, sino tener siempre en cuenta también su aspecto contrario. Pues
la experiencia, por poco vasta que sea, demuestra que las cosas tienen por lo
menos dos caras, y a menudo más. La máxima de Disraeli de no tomar demasiado a
la ligera las cosas insignificantes y muy a pecho las cosas importantes es
otra expresión de la misma verdad; una tercera versión de ella nos la
proporcionaría la hipótesis de que toda manifestación psíquica está
compensada interiormente por su contrario o, para recurrir a los proverbios, de
que «los extremos se tocan» y de que «no hay mal que por bien no venga» .
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