martes, 2 de septiembre de 2014

Los complejos y el inconsciente ( Fragmento) Carl Gustav Jung

El germen del mal disociador cayó sobre el alma humana el día en que nació la conciencia, a la vez bien supremo y fuente de todos los males. Es difícil juzgar el presente inmediato en que vivimos. Pero si nos remontamos en la historia de la enfermedad espiritual de la humanidad, encontramos accesos anteriores que podemos abarcar más fácilmente con la mirada. Una de las crisis más graves fue la enfermedad del mundo romano en el curso de los primeros siglos de la era cristiana. El fenómeno de disociación se reveló por fisuras de una amplitud sin precedente que disgregaban el estado político y social, las convicciones religiosas y filosóficas, así como por una decadencia deplorable de las artes y las ciencias. Reduzcamos a la humanidad de entonces a las proporciones de un solo individuo; tenemos ante nosotros una personalidad desde todos los puntos de vista altamente diferenciada, que en un principio ha conseguido, con una suprema seguridad en sí mismo, extender su poder en derredor de sí, pero que, una vez alcanzado el éxito, se ha dispersado en un gran número de ocupaciones y de intereses dife­rentes; hasta tal punto y de tal forma que acabó por olvidar su origen, sus tradiciones e incluso sus recuerdos personales y se imaginó que era idénti­ca a tal o cual cosa, lo que la precipitó en un con­flicto irremediable consigo misma. Este conflicto ocasionó finalmente tal estado de debilidad que el mundo circundante, al que anteriormente había yugulado, hizo en ella una irrupción devastadora que apresuró el proceso de descomposición.



El estudio de la naturaleza del alma, al que me he consagrado durante varios decenios, me ha im­puesto, como a otros investigadores, el principio de no considerar jamás un hecho psíquico bajo un solo aspecto, sino tener siempre en cuenta tam­bién su aspecto contrario. Pues la experiencia, por poco vasta que sea, demuestra que las cosas tienen por lo menos dos caras, y a menudo más. La má­xima de Disraeli de no tomar demasiado a la lige­ra las cosas insignificantes y muy a pecho las co­sas importantes es otra expresión de la misma ver­dad; una tercera versión de ella nos la proporcio­naría la hipótesis de que toda manifestación psí­quica está compensada interiormente por su contrario o, para recurrir a los proverbios, de que «los extremos se tocan» y de que «no hay mal que por bien no venga» .

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