viernes, 22 de agosto de 2014

CONCENTRACIÓN, del Libro El Poder del Pensamiento.

Pocas cosas hay que sean tan difíciles para el estudiante que principia a educar su mente como la
concentración. En las primeras etapas de la actividad de la mente, el progreso depende de sus veloces movimientos, de su viveza, de su disposición para recibir los choques de sensaciones tras sensaciones, volviendo su atención prontamente de una a otra. En esta etapa la versatilidad es una cualidad valiosísima siendo esencial para el progreso la dirección constante de la atención hacia lo externo. Mientras que la mente esté reuniendo materiales para pensar, la extrema movilidad es una ventaja; y durante muchas, muchísimas vidas, la mente se desarrolla por medio de esta movilidad, la cual aumenta con la práctica. La interrupción de esta costumbre de exteriorizarse en todas direcciones, la imposición de la fijeza de la atención en un solo punto, semejante cambio causa un sacudimiento, un choque, y la mente se precipita alocada, como el caballo no domado cuando por primera vez siente el freno. Hemos visto que el cuerpo mental se amolda a las imágenes de los objetos a que se dirige la atención. Patanjali habla de la interrupción de las modificaciones del principio pensante, esto es, la interrupción de esas constantes reproducciones del mundo externo. El detener las constantes modificaciones del cuerpo mental, y el mantenerlo amoldado con fijeza a una imagen mental, es concentración en lo que a la forma se refiere; dirigir la atención con fijeza a esta forma, a fin de reproducirla perfectamente dentro de sí, es concentración en lo que respecta al conocedor. En la concentración, la conciencia está fija en una sola imagen; toda la atención del conocedor está dirigida a un solo punto, sin fluctuaciones ni desviaciones. La mente – la cual discurre continuamente de una a otra cosa, atraída por los objetos externos, amoldándose a cada uno en veloz suce­sión - es enfrentada, mantenida y obligada por medio de la voluntad a permanecer en una forma, moldeada a una imagen, sin atender a ninguna otra impresión. Ahora bien; cuando se mantiene a la mente de este modo, amoldada a una imagen, y el conocedor la completa fijamen­te, obtiene un conocimiento del objeto muchísimo mayor que el que pudiera aportarle cualquier descripción verbal del mismo. Nuestra idea de una pintura, de un paisaje, es mu­cho más completa cuando la hemos visto que cuando sólo la leemos u oímos hablar de ella. Y si nos concentramos en tal descripción, la pintura toma forma en el cuerpo mental, y obtenemos un conocimiento mucho más completo que el que se obtiene por la mera lectura de las palabras. Las palabras son símbolos de las cosas, y la concentración en el bosquejo de una cosa producida por la palabra descriptiva, añade más y más detalles, por ponerse la conciencia más en contacto con la cosa descrita. Al principio de la práctica de la concentración hay que luchar con dos dificultades. Primera, el desatender las impresiones que continuamente se reciben. Hay que impedir que el cuerpo mental conteste a estos contactos, debiendo re­sistirse la tendencia a responder a las impresiones externas; pero esto requiere dirigir parcialmente la atención a esta misma resistencia, y cuando se ha vencido la tendencia a res­ponder, la resistencia misma tiene que cesar; necesitase el equilibrio perfecto, ni resistencia ni no resistencia, sino una firme quietud, tan poderosa que las ondas externas no pro­duzcan ningún resultado, ni tan siquiera el resultado secun­dario de tener conciencia de un algo que hay que resistir. Se­gunda, la mente debe sostener como única imagen, durante el tiempo que sea el objeto de la concentración; no sólo debe resistirse a ser modificada en contestación a los choques externos, sino que debe también cesar su propia actividad interna, la cual está siempre barajando su contenido, pen­sando en él, estableciendo nuevas relaciones, descubriendo semejanzas y desemejanzas ocultas. Esta imposición de quie­tud interna es aún más difícil que permanecer ignorante de choques externos, por referirse a su propia vida intima y completa. El volver la espalda al mundo externo, es más fácil que aquietar el interno, porque este mundo interno está más identificado con el Yo; y en una palabra, para la mayor parte de la gente en el presente grado de evolución, repre­senta el "yo" (personal). El intento mismo, sin embargo, de aquietar la mente de este modo, produce pronto un avance en la evolución de la conciencia, porque inmediatamente sen­timos que el que gobierna y el gobernado no pueden ser uno, e instintivamente nos identificamos con el primero. "Yo aquieto mi mente", es la expresión de la conciencia, y se siente a la mente como perteneciendo al "yo", como una propiedad suya. Esta distinción crece inconscientemente y el estudiante encuentra que está adquiriendo la conciencia de una dualidad, de algo que domina y de algo que es dominado. La mente concreta inferior es apartada y el "yo" se siente como un poder mayor, como una visión más clara, y se desarrolla un sentimiento de que este "yo" no depende ni del cuerpo ni de la mente. Este es el primer albor de conciencia de la verdadera naturaleza inmortal, y el horizonte se dilata, pero interiormente, no externamente, hacia adentro, más y más, continuamente y sin limitación. Desarróllase el poder de conocer la Verdad a primera vista, el cual sólo se muestra cuando se trasciende a la mente, con su lento proceso de razonar.

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